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Mundo feliz

Cuando recordamos la obra literaria de ciencia ficción de Aldous Huxley y la comparamos con la realidad costarricense, nos parece que el Señor Huxley se dio un paseo por el futuro, visitando al país más feliz del planeta, nuestro país.

Al menos los índices así lo indicaban antes de la Reforma Fiscal. Podríamos casi jurar que el autor tomó espeluznantes elementos de nuestra realidad, de nuestra vida cotidiana, para alimentar a su obra maestra de la década de los 30 del siglo pasado.

Vamos a aterrizar. Costa Rica inició un proceso de Reforma Fiscal con matices de integralidad. Una propuesta que parece parar el sangrado de las finanzas públicas a través de elementos como la regla fiscal y el empleo público.

Componentes que fueron fundamentales para que, quienes debemos pagar la fiesta – o sea los generadores de la riqueza, en concreto el sector privado, denominado a estos efectos: los contribuyentes – apoyáramos, de manera antieconómica la Ley de Fortalecimiento de las Finanzas Públicas. Antieconómica porque aceptamos someter la riqueza que generamos a que una menor cantidad de ella sirva para la nueva generación de empleo, más inversión y nueva riqueza, que sea la que alimente el círculo virtuoso de una tributación incremental.

Estábamos todos matriculados con el concepto de que nuestro país merece modernizar su sistema de arcaicos impuestos, propios de una primitiva economía. Un sistema que recaudaba básicamente contribuciones voluntarias para un sostenimiento mínimo del gasto público, atendiendo al mandato constitucional del deber de contribuir a las cargas públicas.

Nos convencieron de que a cambio de nuestro sacrificio íbamos a soportar unas cargas públicas más llevaderas. A contar con mayor equidad, ya no en el reparto del ingreso, sino en adecuar nuestro gasto a la realidad país.

Con alegría y peligrosa actitud de festinar y cacarear el huevo antes de ponerlo, se hace un alarde de falta de estrategia de gestión país. Anuncian el resultado fiscal del mes de setiembre, primero en muchos años con superávit primario. De no entenderse y dimensionarse como se debe, puede, y en efecto, crea conclusiones peligrosas. La primera: creer que una golondrina hace verano. La segunda: no entender qué es el superávit primario.

Aquí no ha sobrado nada. No es que hay para obra, mejoras y reformas del aparato productivo de la economía. Es solamente un dato de entre muchas variables adicionales, que si se omite su inclusión nos puede hacer tan felices como los personajes de un mundo feliz, que acuden al “soma” de las falacias para ser felices.

Por un lado, tenemos un gobierno que pacta de manera ilegal pero populista con huelguistas, que como koalas se pegan a las ramas de sus prevendas, infringiéndose la regla fiscal, así como incrementando la brecha de la igualdad entre quien produce la riqueza y aquellos que la engullen sin más límite que el de la aparente racionalidad.

El principio de igualdad ante la ley es cada vez más falaz. Hoy tenemos iguales demasiado distintos que los demás iguales. Romper la regla fiscal con negociaciones que la incumplan debe ser tratado con igual gravedad con la que se trataría si un contribuyente incumple con su obligación tributaria.

Es asimétrico e injusto en toda medida que haya sanciones para quien no contribuye, y no para quien, habiendo recibido su paga justa y adecuada a la realidad de nuestras finanzas públicas, simplemente atenta contra el Estado.

Planeemos la hipótesis de que, así como las universidades, Caja Costarricense de Seguro Social, las municipalidades y una larga lista de etcéteras, despotrican para evitar someterse a la regla fiscal, tengamos los contribuyentes que ver cada vez más estrechas nuestras finanzas privadas.

¿Será que el fortalecimiento de las finanzas públicas se cree sostenible mediante el debilitamiento hasta estrangular de las finanzas privadas?

Festinar un superávit primario es no entender que el problema fiscal no es un tablero de control de juegos de una moderna consola de realidades virtuales.

Es un acto que puede tener un efecto bumerán en los actores cuando haya que salir a negociar con firmeza con quienes quieren mantener sus prebendas y gollerías, mediante convenciones colectivas de vergüenza nacional, mediante el sostenimiento del insostenible y odioso sistema de pensiones de lujo que siguen protegidas en un gran bunker de complicidades y complejas componendas entre los beneficiarios y quienes se comprometieron a eliminarlas.

También será contraproducente hacer bulla de fiesta, para que tengamos el mundo feliz, cuando se den cuenta que la recaudación esperada no se alcanzó y con pies callados se acerquen de nuevo al sector productivo a persuadir, con quién sabe qué estratagema, la necesidad de aumentar los impuestos, a lo que desde ya decimos que no, se pueden evitar el intento.

El no lograr la recaudación esperada tiene tres orígenes concretos y los tres están en manos del Ministerio de Hacienda:

  1. Haber hecho reglamentos ilegales, que cedieron ante las presiones y tráficos de influencias, en frontal contravención al principio constitucional de reserva material de ley.
  2. La tolerancia histórica y continuada de que el sistema tributario se haga valer siempre respecto del grupo de contribuyentes que ya lo son. No hace esfuerzos ni acciones que procuren la inclusión de quienes siempre han gozado de su propio “paraíso fiscal” del incumplimiento y la omisión sin consecuencias.
  3. Aplicar las presiones de cumplimiento siempre sobre las mismas empresas y empresarios; disuadiendo la inversión, creación de empleo y espantando el ahorro nacional hacia cualquier jurisdicción razonable y principalmente donde se dé la aplicación de los elementos básicos de la seguridad jurídica.

¿Será entonces que, para recuperar los niveles de felicidad nacional, unos y otros hacemos lo que mejor nos parezca? Los funcionarios continúan “conquistando” sus privilegios, les dejamos de incomodar con la exigencia de la regla fiscal y normas de empleo público. A los contribuyentes nos quitan las excesivas e invasivas cargas, que tocan inclusive los derechos fundamentales de los principios de propiedad privada, no confiscatoriedad y manejo de la privacidad y derecho de gestión en el ámbito de la seguridad jurídica.

¿Qué tal si pactamos que mientras unos no cumplan los otros tampoco?

Este planteamiento hipotético nos llevaría a pactar que el pacto social no existe y que, al más puro estilo de Fuenteovejuna: ¿“Muerto el Rey que viva el Rey”?

¡Seamos serios! O nos comprometemos de manera coherente todos y exigimos con contundencia para que los acuerdos se cumplan o no funciona. Deben ceder sus índices de felicidad artificial y artificiosa, como el festinado anuncio de Hacienda sobre los resultados de setiembre.

Construyamos basados en el trillado principio de realidad económica – tan abusado, por cierto, por el Ministerio de Hacienda para justificar la fiscalización de siempre los mismos – para construir el país que queremos. ¡Qué sea tan feliz como sea viable! Pero principalmente un país que deje de lado las falacias y viva con lo que hay.

¡Los índices de confianza de los consumidores y los inversionistas son deprimentes! ¡Urge gestionarlos! La economía no es una paleta policromática de blancos, es una muy particular consecuencia de la correcta gestión de los ánimos de los agentes económicos, que alimentan esa paleta de colores de ánimo y confianza. El bien más escaso hoy en día en nuestro país. Si no hay riqueza, aunque la gravemos al 100% simplemente no va a alcanzar.


Publicado en periódico La República el 15 de octubre del 2019

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